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Aunque no se han confirmado redadas migratorias en el condado de Merced, uno de los sectores que opera con efectivo en el Valle ya está sintiendo el golpe económico de las políticas migratorias del presidente Donald Trump.

Si bien los campos agrícolas y las plantas empacadoras de Merced parecen estar operando como de costumbre, activistas y trabajadores dicen que la economía más frágil y basada en el dinero en efectivo de los migrantes de los mercados de intercambio de la región, conocida coloquialmente como “remates”, está mostrando signos de tensión.

En el circuito de fin de semana de Merced y Atwater, los vendedores han reportado una disminución notable en el tráfico peatonal y las ventas.

La causa, dicen, es el miedo.

Rumores de redadas en áreas cercanas bastan para alejar a muchas familias de sus rutinas de fin de semana. Y los vendedores a su vez, lo resienten directamente en sus ingresos.

“Por lo que parece, no va a desaparecer”, dijo Gabriel, vendedor de mercaderías y comercio, sobre el escaso tráfico en el mercado. “Mucha gente perdió la confianza en gastar dinero. Ahora todo el mundo se esta sentando, ajustando números, guardando más dinero en caso de que (pase algo)”.

Un estudio reciente de UC Merced y el Instituto Económico del Consejo del Área de la Bahía encontró que las deportaciones masivas podrían costar más de $275 billones de la economía de California.

Con un estimado de 1.5 millones de inmigrantes indocumentados que representan el 8% de la fuerza laboral del estado, los expertos advirtieron que el impacto podría tener efectos dominó.

Redadas de ICE en California siembran miedo

Las comunidades de migrantes en todo California se han visto atenazadas por el miedo y la incertidumbre tras las redadas en el condado de Kern en enero y en Los Ángeles en junio y julio.

Un juez emitió una orden judicial preliminar que bloquea las operaciones sin orden judicial de la Patrulla Fronteriza de El Centro luego de la “Operación Devolver al Remitente” en el condado de Kern. Los Ángeles acaba de unirse a una demanda de la ACLU que desafía las redadas de inmigración de Trump.

Aunque los detalles siguen siendo escasos, los vecindarios con grandes poblaciones indocumentadas ya sienten el efecto escalofriante en la vida diaria.

En Merced, no ha habido redadas verificadas ni actividades del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE).

El 16 de junio, residentes recurrieron a las redes sociales para denunciar que tres personas enmascaradas se lo llevaron frente al tribunal del condado de Merced.

Activistas de Faith in the Valley, que operan una línea directa de la red de respuesta rápida, fueron notificados cuando se reportó el incidente.

La organizadora comunitaria Blanca Ojeda dijo que acudió ala corte después de escuchar el relato de un testigo presencial de lo sucedido.

Una vez en el juzgado, Ojeda vio a tres hombres, que creía que eran agentes de ICE, en la entrada.

Los tres hombres permanecieron frente al juzgado, pero no detuvieron a nadie mientras ella estuvo allí. Otros miembros de su organización se presentaron y comenzaron a sostener carteles de protesta.

Los hombres fotografiaron al grupo de Ojeda antes de irse unos 30 minutos después.

La Oficina del Sheriff del Condado de Merced, que proporciona seguridad a los tribunales, no recibió ninguna información sobre agentes de ICE que estuvieran en el juzgado ese día, dijo la agente Alexandra Britton.

Ojeda dijo que ha habido varios reportes de presencia de ICE, pero ninguno que ella haya podido verificar.

Puestos vacíos, menos tráfico

El peso de los rumores ya comienza a sentirse en el condado, donde poco a poco una comunidad entera se repliega en silencio, dejando atrás sus rutinas diarias por miedo a ser detenidos.

En los remates de Atwater y Merced, donde antes resonaban las voces de vendedores y compradores curiosos, ahora hay pasillos silenciosos, llenos de tierra, con puestos vacíos.

José y Silvia han dedicado los últimos 40 años a ganarse la vida vendiendo ropa colorida y accesible —desde conjuntos elegantes para mujer hasta ropa deportiva.

Aunque la pareja cuenta con documentos y paga impuestos, pidieron que sus apellidos no se publicaran por precaución.

El puesto que alquilan cada domingo en Atwater por 76 dólares al día solía desbordarse de prendas llamativas y llenas de estilo.

En una visita reciente, la parte trasera de su puesto improvisado estaba completamente vacía, mientras que al frente apenas colgaban unas cuantas prendas, un par de maniquíes y dos percheros circulares a medio llenar.

“”Desde que entró ese viejo de presidente ha bajado todo.”

“Silvia”, una vendedora en una feria de intercambio en Atwater

José dijo que las ventas comenzaron a caer en enero, pero a medida que el calor del verano abrasaba Merced y el temor a las redadas de inmigración se extendía por California, la desaceleración golpeó fuerte y rápido.

“De enero pa’ acá, no ha habido nada,” dijo José. “Solíamos tener mucha gente. Ahora tenemos entre el 20% y el 30% de la gente que solíamos tener”.

“Desde que entró ese viejo de presidente ha bajado todo,” agregó Silvia.

Los tres remates en los que trabajan, Atwater, Merced y Turlock, son su única fuente de ingresos. La mayoría de los días, dijo Silvia, apenas ganan lo suficiente para cubrir el alquiler.

La pareja, de unos 60 años, dijo que no sabrían qué hacer si perdieran el único lugar que les queda para trabajar.

“Si no estuviéramos aquí, nos enfermaríamos”, dijo José. “… Estaría en la tierra en seis meses. Utilizo esto como terapia, para hablar con la gente”.

Su salvación proviene de sus tres hijas, de quienes José dijo con orgullo que tenían una educación alta y trabajaban en empleos bien pagados en varias industrias. Cada mes, depositan dinero para ayudar a sus padres a llegar a fin de mes.

“Nos siguen diciendo que dejemos de venir”, dijo Silvia. “La mayoría de las veces, les mentimos y les decimos que ganamos más”.

Solían gastar 30 dólares. Ahora solo 15 dólares.

A unas 10 millas de ahí, en Merced, el puesto sabatino que Gabriel atiende junto a sus padres ha corrido con la misma suerte.

“Después de que comenzaron a hacer las redadas masivas, fue cuando la gente comenzó a no querer salir”, dijo, explicando cómo la mayoría de sus clientes son trabajadores agrícolas que compran dulces para sus hijos. “Solían gastar 30 dólares. Ahora solo 15 dólares”.

Los padres de Gabriel están en proceso de naturalización, y él pidió que no se mencionara su apellido en esta historia para evitar posibles complicaciones.

Durante 20 años, la familia satisfizo los antojos dulces y salados de sus clientes con dulces mexicanos importados y piñatas hechas a mano.

No era solo que los clientes se mantuvieran alejados, dijo Gabriel, sino que los vendedores desaparecían más y más con cada fin de semana que pasaba.

“Los ingresos ya no son los mismos y nuestros gastos son los mismos”, dijo, y agregó que también se instalaron en los remates de Galt y Napa-Vallejo.

La recesión, dijo Gabriel, golpeó duro justo después del fin de semana del Día del Padre.

“Ya teníamos una situación arancelaria a nuestras espaldas, y luego las redadas de ICE iban por todos lados”, dijo.

La gravedad del momento obligó a una reunión familiar, donde los gastos y costos del puesto quedaron al descubierto. Ahora ganan solo el 70% de lo que solían traer.

“El dinero que entra es mucho menor”, dijo Gabriel. “Tuvimos que reorganizar casi todo. No diría que cambió nuestro estilo de vida, pero tenemos que adaptarnos a futuras compras”.

La familia solía conducir a Los Ángeles cada semana, en parte por negocios y en parte como una forma de escape. Ha pasado más de un mes desde su último viaje. Gabriel no sabe cuándo volverán, ni qué les depara el futuro.

En cuanto a él y su familia, Gabriel dijo que sabe que habrá algún cambio en el futuro, y que probablemente llegará “antes de lo necesario”.

“Vamos a tener que empezar a tomar otras alternativas”, dijo.

Un vendedor de cítricos encuentra un camino

Un par de filas más arriba, en una sección del bazar al aire libre donde se venden frutas y verduras, hay tres mesas largas, cada una llena hasta la mitad con mandarinas, naranjas y ciruelas.

Al frente cestas llenas de frutas están cuidadosamente dispuestas, que se venden a 5 dólares por tres libras.

Junto a ellos, muestras de fruta en rodajas se espolvorean con Tico, un polvo dulce y picante, y se cubren con chamoy, un jarabe pegajoso y picante.

El hombre a cargo dijo que su familia está navegando por el sistema de inmigración y quería permanecer en el anonimato para evitar problemas en el proceso.

Como muchos en el Valle, al llegar a Estados Unidos comenzó trabajando en el campo, y más adelante encontró empleo en la construcción y jardinería para poder mantener a su familia.

Fue su larga historia de ventas en su país natal lo que lo llevó al ajetreo de las ventas de cítricos, que se convirtió en una carrera de casi 20 años.

Las cosas han cambiado, dijo. Recuerda cuando tenía que llegar en medio de la noche solo para obtener un lugar para vender, o esperar años para obtener más espacio.

“A veces dormía en el estacionamiento”, dijo. “Solía trabajar todos los días de la semana desde que mis hijos eran más pequeños y me ayudaban”.

En la actualidad, trabaja tres veces a la semana en Merced, Atwater y Turlock.

Utiliza dos días de la semana para comprar productos frescos para vender y los otros dos para descansar y pasar tiempo con su familia.

Ya sea por la fruta recién recolectada o por la necesidad de comida, su negocio no ha recibido el mismo golpe que otros.

“Parece más lento, pero no nos hemos visto tan afectados”, dijo. “Vendemos algo básico: comida. Vendemos más o menos lo mismo, pero se nota que hay menos vendedores y menos compradores”.

Mientras venda lo suficiente para pagar las facturas, comer y mantener un techo sobre la cabeza de su familia, eso es suficiente.

“Ya no estamos persiguiendo riquezas”, dijo. “Solo queremos sobrevivir”.

Ese sentido de resiliencia silenciosa, sin embargo, no borra el miedo que sigue resonando en las conversaciones entre vendedores y clientes.

Silvia y José han escuchado los rumores, pero no han presenciado ninguna redada migratoria ni tienen conocidos o familiares que hayan sido detenidos.

Gabriel dijo que sus clientes de Napa, Vallejo y Santa Rosa a menudo traen noticias del empeoramiento de las condiciones en los campos, pero no informes de redadas.

Aunque sus padres son cautelosos al salir mientras trabajan para obtener la ciudadanía estadounidense formal, Gabriel dijo que su familia no se ha visto afectada por las redadas, ni han visto a nadie que conozcan ser detenido.

“Están realmente asustados de lo que está pasando, y las noticias no lo hacen mejor”, dijo.

Y aunque el miedo influye en quién llega y cuánto se gasta, los vendedores dicen que no es solo la migra la que está afectando el movimiento — también las reglas del comercio les están afectando.

Los aranceles y la economía monetaria

Gabriel, José y Silvia venden productos importados. Dijeron que cuando comenzó a circular el tema de los aranceles, sus proveedores se asustaron y tomaron decisiones apresuradas.

Uno de los principales vendedores de Gabriel, que trae dulces estrictamente desde Tijuana, cerró durante dos meses para determinar qué tipo de aranceles enfrentarían.

“Nos estábamos quedando sin existencias”, dijo. “Otras personas los tendrían, pero los tendrían casi el doble de lo que los conseguimos”.

El precio finalmente se estabilizó, lo que le permitió a Gabriel obtener su mercancía mexicana sin un precio demasiado elevado.

Sin embargo, el material que usan para elaborar sus piñatas artesanales viene de China, lo que ha empezado a afectar sus ganancias.

“Nos estamos encontrando con un par de escenarios diferentes”, dijo Gabriel. “Si no son aranceles, ICE hace redadas. Pero si no son redadas de ICE, no hay empleos”.

José y Silvia no han tenido tanta suerte. Han pasado cuatro meses desde la última vez que se reabastecieron.

“Lo que me queda, lo obtuve de alguien que se fue a la bancarrota”, dijo José. “Me lo vendieron a 1 dólar la pieza”.

José dijo que seguirían hasta que se les acabara la ropa. Luego, se detenían.

“Tan pronto como terminemos lo que trajimos, habremos terminado”, dijo, admitiendo que si las condiciones cambiaran, continuarían con su venta ambulante. “Esto ya no es un negocio. Nos vamos a meter en el bolsillo cada vez que nos instalamos”.

Los puestos vacíos ahora se alinean en partes del mercado de intercambio de Atwater, donde el miedo a la aplicación de la ley de inmigración ha mantenido alejados tanto a los vendedores como a los visitantes. Christian De Jesús Betancourt/ La Merced FOCUS

As the Bilingual Community Issues Reporter, Christian De Jesus Betancourt is dedicated to illuminating the vibrant stories of the Latino Community of Merced. His journey is deeply rooted in the experiences...